Después de una década, es patente el fracaso de la fumigación aérea como estrategia de erradicación de coca.
Pasada una década y más de cinco años de Plan Colombia, sobran motivos para concluir que la aspersión aérea es un fracaso y que la actual política antidrogas no da los resultados esperados. El reciente informe de la Oficina de Drogas y Crimen de Naciones Unidas (UNODC) trae no pocos datos reveladores.
La relación costo/beneficio es ruinosa: entre 1997 y 2006 se han fumigado 983.000 hectáreas y Colombia tiene la misma superficie de coca. La efectividad es aún peor: en el 2001, por cada hectárea en que se redujo el cultivo, se fumigaron tres; en el 2006 hubo que fumigar 21,5 hectáras para bajar una.
La técnica no sirve: fumigar no erradica. La planta no muere y vuelve a producir. Los campesinos se ingenian trucos para disminuir el efecto del glifosato. Cada año, los lotes son más pequeños y más difíciles de asperjar.
Fumigar desplaza el cultivo. Colombia es un caso dramático de balloon effect: 2 sitios que hace un lustro no figuraban en el mapa de la coca hoy son los de mayor superficie cultivada: Tumaco (Nariño) y, el de mayor potencial de producción, Cumaribo (Vichada). En Putumayo se proclamó no hace mucho que no quedaba "una hoja de coca"; hoy hay más de 12.000 hectáreas. De 12 departamentos con coca en 1999, se pasó a 23.
La superficie cultivada en Colombia se habrá reducido a la mitad desde el 2000; no así la producción de cocaína. La región andina producía 950 toneladas métricas de cocaína en 1996; hoy produce 984. Colombia pasó de 300 a 610 toneladas. Lo que se logra en un país se pierde en los otros, y la región lleva tres años con cultivos estabilizados alrededor de 155.000 hectáreas. Quienes alegan que, sin fumigación, el país se llenaría de coca, desconocen que el narcotráfico también obedece a leyes económicas y que siembra -y produce- lo que necesita.
Una fórmula puede ser concentrar esfuerzos en municipios críticos, como los diez que, según el jefe de UNODC en Colombia, producen 46 por ciento de la coca. Manteniendo lo que funciona -la interdicción aérea y el decomiso marítimo- y diseñando lo que falta -una verdadera política de control de insumos- se puede configurar una nueva estrategia que reemplace el esfuerzo puramente represivo de hoy, tan fallido como costoso. Es hora, por fin, de reconocerlo.
Pasada una década y más de cinco años de Plan Colombia, sobran motivos para concluir que la aspersión aérea es un fracaso y que la actual política antidrogas no da los resultados esperados. El reciente informe de la Oficina de Drogas y Crimen de Naciones Unidas (UNODC) trae no pocos datos reveladores.
La relación costo/beneficio es ruinosa: entre 1997 y 2006 se han fumigado 983.000 hectáreas y Colombia tiene la misma superficie de coca. La efectividad es aún peor: en el 2001, por cada hectárea en que se redujo el cultivo, se fumigaron tres; en el 2006 hubo que fumigar 21,5 hectáras para bajar una.
La técnica no sirve: fumigar no erradica. La planta no muere y vuelve a producir. Los campesinos se ingenian trucos para disminuir el efecto del glifosato. Cada año, los lotes son más pequeños y más difíciles de asperjar.
Fumigar desplaza el cultivo. Colombia es un caso dramático de balloon effect: 2 sitios que hace un lustro no figuraban en el mapa de la coca hoy son los de mayor superficie cultivada: Tumaco (Nariño) y, el de mayor potencial de producción, Cumaribo (Vichada). En Putumayo se proclamó no hace mucho que no quedaba "una hoja de coca"; hoy hay más de 12.000 hectáreas. De 12 departamentos con coca en 1999, se pasó a 23.
La superficie cultivada en Colombia se habrá reducido a la mitad desde el 2000; no así la producción de cocaína. La región andina producía 950 toneladas métricas de cocaína en 1996; hoy produce 984. Colombia pasó de 300 a 610 toneladas. Lo que se logra en un país se pierde en los otros, y la región lleva tres años con cultivos estabilizados alrededor de 155.000 hectáreas. Quienes alegan que, sin fumigación, el país se llenaría de coca, desconocen que el narcotráfico también obedece a leyes económicas y que siembra -y produce- lo que necesita.
Una fórmula puede ser concentrar esfuerzos en municipios críticos, como los diez que, según el jefe de UNODC en Colombia, producen 46 por ciento de la coca. Manteniendo lo que funciona -la interdicción aérea y el decomiso marítimo- y diseñando lo que falta -una verdadera política de control de insumos- se puede configurar una nueva estrategia que reemplace el esfuerzo puramente represivo de hoy, tan fallido como costoso. Es hora, por fin, de reconocerlo.
19 de Junio de 2007. Redactor de EL TIEMPO.
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